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Fragmento del artículo de Carlos González Cómo ‘no’ vencer la timidez publicado en la revista Mente Sana, nº 35
John Stuart Mill, filósofo y economista británico, publicó en 1859, un ensayo apasionado y apasionante titulado Sobre la libertad (es posible leer el texto completo en inglés, en la dirección electrónica siguiente http://etext.library.adelaide.edu.au/m/mill/john_stuart/m645o/). En él advierte que la presión de la sociedad sobre los individuos -continua, inmisericorde, dirigida hacia las más mínimas desviaciones de la norma- a menudo se hace más intolerable que el despotismo de un gobierno tiránico.
LA PRESIÓN SOCIAL
Pero más vale que transcriba las palabras de Mill, pues él lo dice mejor que yo:
Hay una característica de la orientación actual de la opinión pública, especialmente calculada para hacerla intolerante con cualquier demostración marcada de individualidad. Los seres humanos medios no solo son moderados en intelecto sino también en inclinaciones: no tienen aficiones o deseos lo bastante fuertes para inclinarles a hacer nada fuera de lo común y, por tanto, no comprenden a quienes sí los tienen, y los clasifican junto a los salvajes e intemperantes, a los que están acostumbrados a mirar con desprecio.
Pues bien, además de este hecho general, solo tenemos que suponer que se pone en marcha un fuerte movimiento hacia la mejora moral, y las consecuencias son previsibles. En estos días se ha producido ese movimiento; mucho se ha hecho en el sentido de aumentar la regularidad de la conducta y disuadir de los excesos, y se extiende un sentido filantrópico para cuyo ejercicio no hay campo mejor abonado que la mejora moral y prudente del prójimo.
Estas tendencias de los tiempos hacen que el público esté mejor dispuesto que en épocas pasadas a prescribir reglas generales de conducta y se aplique a conseguir que todo el mundo se ajuste a la norma aprobada. Y esta norma, expresa o tácita, es no desear nada interesante. Su ideal de carácter es la ausencia de cualquier carácter marcado, atrofiado por comprensión, como los pies de las mujeres chinas, cada parte de la naturaleza humana que destaque de forma prominente y tienda a hacer a la persona marcadamente distinta del común de las gentes.
LA «NORMALIDAD» MÉDICA
Siglo y medio después, ha aumentado la tendencia a controlar a los diferentes. La timidez no es sino la punta de lanza, uno de los primeros rasgos de carácter que la sociedad se propuso eliminar. Existen muchos otros, cada vez más. El Estado solo espera que obedezcamos las leyes y paguemos nuestros impuestos, pero la sociedad (respaldada la mayoría de las veces por educadores, psicólogos y médicos) exige mucho más, especialmente a nuestros niños.
Nuestros pequeños no deben llorar, ni ser malcriados, ni agresivos, ni retraídos, ni movidos, ni demasiado quietos, ni respondones, ni apocados, ni exigentes. No deben dedicar demasiado tiempo a una actividad, no deben rechazar el deporte, ni la piscina, ni la lectura, ni ningún alimento. Deben tener hábitos y rutinas (pero hay de aquel que se habitúe a una cosa «distinta», del que se despierte habitualmente por la noche o se duerma en brazos). Deben llevarse bien con todos y no formar grupitos de pocos amigos íntimos. Deben hacer los deberes con diligencia, pero tampoco ser «empollones».
La justificación ya no es, como en tiempos de Mill, «moral» sino «médica»; los que tienen un rasgo de carácter distinto de la media tienen ahora un problema psicológico o de conducta. Las madres, preocupadas quieren saber si sus hijos son normales: «¿Es normal que se chupe los puñitos?», «¿Es normal que tenga miedo?», «¿Es normal que se despierte?». Pero que nadie piense que siendo absolutamente normal, escapará a las críticas. Entonces, le echarán en cara que «no tiene personalidad».
Vía: fotolog de garcomina
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