Salirse de la fila

…y no meterse en otra

El Hoyo octubre 30, 2008

Filed under: Educación,Rompan filas — Salirse de la fila @ 6:54 pm
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Después de leer el artículo Quédense con mi hijo al que hace referencia la entrada del mismo título en Efervescente2H y la propuesta de Víctor Cuevas para el XII CIO Profesores que salvan, me dan ganas de parar, tomar aire y sumergirme en la lectura de este texto, en donde la educación de la infancia -alejada de las ventajas que nos ofrece la civilización occidental postindustria- no presenta tantas dificultades, al contrario, parece que fluye con naturalidad y cierto descuido.

Me voy con los yecuana. ¡A ver si recupero mi continuum!

Al avanzar sobre las manos y rodillas, un bebé puede moverse a gran velocidad. Cuando estaba con los yecuana contemplé inquieta cómo un bebé que gateaba avanzaba a toda prisa hacia un hoyo de un metro y medio de profundidad que habían cavado en un terreno para sacar barro con el que construir las paredes de una cabaña y se detenía en el borde. Mientras progresaba por aquel terreno, hizo lo mismo varias veces al día. El bebé con la actitud distraída de un animal pastando por el borde de un precipicio, se caía quedándose sentado cerca de él, pero siempre haciéndolo de cara al hoyo. Ocupado con un palito, una piedra o con los dedos de las manos o de los pies, jugaba y rodaba hacia cualquier dirección, dando la impresión de no ser consciente del hoyo hasta que uno se daba cuenta de que iba siempre a parar a todas partes menos a la zona peligrosa. Los mecanismos de conservación que no dirigía el intelecto funcionaban perfectametne y, al ser tan precisos en sus cálculos, se activaban igual de bien a cualquier distancia del hoyo, empezando por el borde mismo. El propio bebé, sin nadie que lo vigilara, la mayoría de las veces, siendo tenido en cuenta, aunque sin ser el centro de atención, por un grupo de niños que también jugaba sin que el hoyo les infundiera el menor respeto, se encargó de las relaciones que mantenía con todas las posibilidades de su entorno. La única sugerencia de los miembros de su familia y de la sociedad en la que vivía era que esperaban que él supiera cuidarse solo. Aunque aún no pudiera andar, sabía adónde ir a buscar consuelo si lo deseaba, pero raras veces lo hizo. Si su madre iba al río o a un distante huerto, solía llevárselo con ella, levantándolo por el antebrazo y contando con su ayuda para que se sostuviera sobre su cadera o en una especie de canguro si llevaba uno para sostener el peso del niño. Dondequiera que fuera, si dejaba a su hijo en un lugar seguro, esperaba que él supiera mantenerse a salvo sin ser vigilado.

El bebé no pide ni recibe toda la atención de la madre, ya que no tienen ningún deseo pendiente, ningún antiguo anhelo que roa su devoción al aquí y ahora. Consecuente con el carácter económico de la naturaleza, no desea más de lo que necesita.*

Un bebé no posee institntos suicidas, sino que cuenta con mecanismos de supervivencia: desde los sentidos, a un nivel más burdo, hasta lo que parece una telepatía cotidiana muy práctica, a unos niveles menos explicables.

Se comporta como una cría de animal que no puede recurrir a la experiencia para juzgar algo, elige lo más seguro sin saber que está tomando una decisión. Protege de manera natural su bienestar, su gente así lo espera de él, y es capaz de hacerlo a través de sus capacidades innatas y de su etapa de desarrollo y de experiencia.

Jean Liedloff El Concepto de Continuum: En busca del bienestar perdido

(*) Este párrafo precede al anterior en el texto original, y la negrita es mía.

¿Es posible que estemos pervirtiendo de tal modo la naturaleza humana?