Las palabras adquieren un significado propio en quienes las escuchan o leen, por eso tratamos de medirlas, elegir las adecuadas a fin de que nuestro interlocutor las interprete fielmente, sin distorsionar la idea original.
Otras veces, las palabras tienen vida propia desde su origen, cuando espontáneamente se encadenan en una secuencia no prevista, adquieren ritmo, juegan,… para formar parte de un discurso, un poema, una sentencia,… de forma tan bella, tan creativa, tan inteligente, tan transparente,… que dejan de pertenecer a su dueño. Son esos instantes en los que, al pronunciarlas, nos sorprenden y nos descubren parte de nosotros mismos. Instantes en los que vuelan como pájaros, se diluyen en el espacio, son libres. No hay grabadora, texto o imagen que pueda atraparlas, conservarlas. Sólo podemos esperar que otras personas nos recuerden lo que esas palabras significaron para ellas.
Os dejo un fragmento del texto que ha inspirado esta entrada. Palabras en El Cuaderno de Saramago
Sin tener que preocuparme con los encuadramientos temáticos que cada pregunta específica necesariamente establecería, aunque no fuese esa su intención declarada, lanzo la primera palabra, y la segunda, y la tercera, como pájaros a los que se les abre la puerta de la jaula, sin saber muy bien, o sin saberlo del todo, hacia donde me llevarán. Hablar se convierte entonces en una aventura, comunicar se convierte en la búsqueda metódica de un camino que me acerca a quien esté escuchando, teniendo siempre presente que ninguna comunicación es definitiva e instantánea, que muchas veces es necesario volver atrás para aclarar lo que solo sumariamente ha sido enunciado. Pero lo interesante de todo esto es descubrir que el discurso, en lugar de limitarse a iluminar y dar visibilidad a lo que yo mismo creía saber acerca de mi trabajo, acaba invariablemente revelando lo oculto, lo apenas intuido o presentido, que de repente se transforma en una evidencia irrefutable de la que soy el primero en sorprenderme, como alguien que estaba en lo oscuro y acaba de abrir los ojos hacia una súbita luz. En fin, voy aprendiendo con las palabras que digo. He aquí una buena conclusión, talvez la mejor, para este discurso. Finalmente breve.
Y me salgo de la fila: «No soy dueña de lo que digo. Soy esclava de lo que callo. «
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